Nos ponemos en camino desde la Ermita de Hasenkamp hacia el Santuario de Schoenstatt, en Paraná. Allí experimentamos de manera especial la cercanía, el amor y la acción de Dios por medio de María, la Madre y Reina tres veces Admirable de Schoenstatt. Ella manifiesta allí su poder de Madre, Reina y Educadora. Terruño espiritual y hogar que nos hace familia. María está allí para derramar sus gracias a quien se lo implora.
Este año, el Lema que nos acompañará es “Junto a María, Peregrinos de la Esperanza”, haciéndonos eco del Año Jubilar que estamos transitando, convocado por nuestro querido y recordado Papa Francisco. Además, festejamos el Jubileo por los 50 Años de la Bendición del Santuario de La Loma (Paraná- Entre Ríos) un 31 de Mayo de 1975.
El Santuario constituye un lugar de Gracia especial: allí llevamos nuestras contribuciones al Capital de Gracias y es uno de los lugares designados por el Obispo para ganar las indulgencias plenarias en este Jubileo.
Un Jubileo es un año especial de Gracia para restablecer la correcta relación con Dios, con las personas, con la creación. El Papa Francisco nos enseñaba que los jubileos han sido siempre “un acontecimiento de gran importancia espiritual, eclesial y social en la vida de la Iglesia”, ya que el “pueblo fiel de Dios ha vivido esta celebración como un don especial de gracia, caracterizado por el perdón de los pecados y, en particular, por la indulgencia, expresión plena de la misericordia de Dios”1. Uno de los signos del Jubileo es justamente la Peregrinación, experiencia de conversión, de cambio de la propia existencia para orientarla hacia la santidad de Dios. Con ella, también se hace propia la experiencia de esa parte de la humanidad que, por diversas razones, se ve obligada a ponerse en camino para buscar un mundo mejor para sí misma y para la propia familia.
El peregrinar de este año nos conducirá a un encuentro con la misericordia de Dios, ya que tendremos la posibilidad de ganar indulgencias plenarias. La indulgencia es una manifestación concreta de la misericordia de Dios, que supera los límites de la justicia humana y los transforma. Este tesoro de gracia se hizo historia en Jesús y en los santos: viendo estos ejemplos, y viviendo en comunión con ellos, la esperanza del perdón y del propio camino de santidad se fortalece y se convierte en una certeza. La indulgencia permite liberar el propio corazón del peso del pecado, para poder ofrecer con plena libertad la reparación debida.
El lema de este año quiere ser un faro que ilumine nuestro peregrinar de la mano de María con la certeza que ella es sólo un instrumento que nos guía a Jesús, razón de nuestra esperanza. El Concilio Vaticano II definió a la Iglesia de hoy como un pueblo en marcha, un pueblo peregrino2. Y la esperanza es la virtud de los caminantes que muchas veces resulta ser la más olvidada de los cristianos, pero la más necesaria para ir por la ruta de la vida al encuentro con el Señor Jesús.3
“La esperanza encuentra en la Madre de Dios su testimonio más alto”4 porque su vida fue un ejemplo de fe y confianza en las promesas de Dios, incluso en momentos de gran dificultad. A pesar de saber que su hijo, Jesús, tendría que sufrir y morir, María mantuvo la esperanza en su futuro y en el cumplimiento de las promesas de Dios.
Por eso este año, Junto a María queremos ser Peregrinos de Esperanza, peregrinos que a cada paso vayamos llevando Esperanza a quienes hoy más lo necesitan, proclamando al Dios vivo y dando testimonio de Jesús, el único Salvador. Peregrinos que a cada paso seamos serviciales con nuestro prójimo, artífices de justicia, constructores apasionados de un mundo más justo.5